
Opinión| La vejez en Chile y los paradigmas que ya no sirven.
Por Paulina Pozo, ingeniera comercial y Team Manager de Quida, ITiSB-UNAB
Los resultados preliminares del Censo 2024 confirman algo que veníamos sintiendo: Chile está envejeciendo rápido, y la Región de Valparaíso lidera ese proceso. Somos la región con el índice de envejecimiento más alto del país. Esto tiene muchas causas, pero una es clave: vivimos más.
Hoy, la esperanza de vida en Chile supera los 82 años. Y lo más importante es que llegamos a esa edad en buen estado. Más del 70% de las personas mayores en el país son autovalentes.
Sin embargo, todavía circula una imagen equivocada de la vejez: como sinónimo de dependencia, fragilidad o carga. Es una narrativa que nos queda chica.
Porque en paralelo, también estamos teniendo menos hijos y, por primera vez, hay más muertes que nacimientos. El envejecimiento de la población ya no es futuro: es ahora.
La buena noticia es que esto no tiene por qué ser una crisis. Puede ser una oportunidad inmensa, si sabemos mirarla. Y no solo desde las políticas públicas o la economía, sino desde cómo nos relacionamos con esta etapa de la vida.
Muchas personas mayores quieren seguir trabajando, no solo por necesidad económica, sino porque disfrutan mantenerse activas. Pero el sistema aún las jubila por defecto. ¿Por qué no pueden elegir seguir si así lo desean? ¿Por qué seguimos pensando que la vejez es sólo un retiro?
En Valparaíso, muchas personas eligen vivir su vejez. Hay un entorno amable, un clima templado, vida cultural. Pero incluso aquí, nuestras ciudades aún no están pensadas para todas las edades. Las calles, los letreros, los servicios siguen hablando solo a los jóvenes.
Desde Quida hemos querido aportar una nueva mirada. Diseñamos un sistema que acompaña a las personas mayores en sus hogares, promoviendo autonomía y seguridad, sin invadir. Queremos que envejecer no signifique perder lo cotidiano, ni la libertad, ni el derecho a decidir.
Porque envejecer no debería ser una emergencia que el Estado o las familias tienen que “resolver”. Debería ser una etapa reconocida, valorada, bien vivida. Pero eso exige cambiar el paradigma. Dejar atrás el edadismo, ese prejuicio silencioso que aún se cuela en la atención de salud, en el diseño de productos, en las decisiones públicas.
Necesitamos empezar desde antes. Preguntarnos cómo queremos habitar la vejez. Ver a las personas mayores como portadoras de experiencia, de vínculos, de valor social. Reconocerlas como sujetos de derecho.
En resumen: el envejecimiento de la población no es el problema. El problema es cómo lo estamos mirando. Si cambiamos el enfoque, se abren posibilidades enormes. Para las personas, para el sistema, para la economía, y para la forma en que habitamos juntos esta sociedad que, querámoslo o no, cada vez será más diversa en edad.